La llaman “Agencia Angamos”, su código CDR es el 043. Como referencia podríamos decir que está al frente al ICPNA, pero ni siquiera eso es cierto, ya que está al frente de una conocida botica. Un kilómetro hacia el oeste se encuentra el siempre multifacético parque Kennedy. Y unos kilómetros más hacia el este podremos toparnos con la siempre jodida avenida Javier Prado. “Mi” agencia, la cual, por cierto, no es nadita mía, es la más pequeña de la zona. Cuenta con una plataforma comercial, es decir, aquella señorita encargada de dar clases gratuitas de banca y finanzas a alborotados clientes que, resistentes a una molestosa cola, encuentran en ese asiento la tranquilidad de un asilo de ancianos.
Frente a la plataforma encontramos a la funcionaria de banca personal; nada más y nada menos que la encargada de captar los engañosos préstamos a los que tanta gente ilusa recurre en sus peores momentos de angustia. La señorita (aún lo es, no se dejen guiar por sus arrugas ni su libreta electoral de tres cuerpos) funcionaria ha sido, literalmente, entrenada para matar. Sabe de memoria todos los textos y “speechs” necesarios para que, número uno, capte la mayor cantidad de clientes, y número dos, una vez captados (o debería de decir capturados) no puedan escapar de sus redes.
En el segundo piso de la agencia encontramos dos ambientes separados por una vanguardista pared de triplay. Hablamos de la oficina de banca empresas, aquella dirigida por el funcionario de negocios; quien se encarga de hacer lo mismo que la funcionaria de banca personal, sólo que, no conforme con engañar a una persona, su plan es engatusar a corporaciones enteras. A pocos metros se encuentra la gerencia. Sí, pomposamente se llama así, “gerencia”, ahí encontramos al señor gerente. No podría decir nada sobre él, por la simple razón de que sus actividades se limitan a la observación más estática, y al hueveo más descarado. Sin hacer nada y ganando el sueldo de todos juntos, el de gerente de oficina es quizás el puesto más envidiado; es decir, a lo que apuntan todos los que trabajan en la red de agencias: en resumen, todos queremos llegar a ser gerentes, para no trabajar y ganar abundante dinero, quizás demasiado patético para mi gusto.
Bajamos nuevamente al primer piso, viramos hacia la derecha, atravesamos la puerta eléctrica y llegamos al área de operaciones. Aquí encontraremos al siempre importante jefe de servicios; aquel que pone el pecho a las balas cada vez que hay balacera, aquel que pone la otra mejilla cuando el gerente, dejando un rato su blackberry, arremete por el incumplimiento de una que otra meta. El jefe de servicios, por lo general, es presionado y presiona. Pero en mi particular agencia, el jefe de servicios tiene tanto tiempo libre que puede preocuparse de asuntos tan increíbles como planificar partidos de fútbol, reenviar forwards, conquistar ilusas damas, y platicar horas de horas por el anexo con algún otro jefe que se encuentra en las mismas condiciones de vago. En “mi” agencia, el jefe, aparte de visar cartas o cheques, se encarga de llevarse los halagos cuando los cajeros cumplen o exceden sus metas; mas no falta una que otra carajeada por ahí, más que todo porque a “este” jefe, le fascina no serlo.
Un par de metros hacia la puerta de entrada están las ventanillas. Somos tres, sólo tres. En la ventanilla 1 encontramos a un regordete y blanquiñoso señor. A veces te atiende bien, otras veces con desgano. Y es que a él los parámetros de calidad no le van tan bien; prefiere siempre improvisar, aunque a algunos clientes eso les parezca más que extraño. Sufre a menudo de dolores de columna y de estómago que lo hacen faltar o llegar tarde al trabajo. En su rostro se mezclan su otrora agitada vida bohemia, las preocupaciones de un padre de familia aún no asimilado del todo, y deudas por doquier. Sin embargo, si miran bien sus ojos, podrán encontrar algo de esperanza y bondad; suele no meterse en asuntos que no son suyos, pero no por eso está aislado de todo lo que ocurre a su alrededor. La cara de huevón lo ayuda bastante para pasar desapercibido, pero también lo etiqueta rápido, y por alguna extraña razón, se ha ganado algunos desamores con sus compañeros. ¿Lo digo?, sí pues, soy yo.
En la ventanilla 2 podrán apreciar a una extraña mezcla entre belleza y gesto adusto. Tiene casi 6 años en el banco y hace rato que debió haber sido ascendida. Sin embargo está cada vez más lejos de eso, por lo que su desazón y aburrimiento son más visibles que sus extensos rayitos rubios. Suele tratar mal a los clientes, pero ninguno, jamás, le podrá discutir alguna normativa, ya que se las conoce todas, cual abogada exitosa al código penal, o mujeriego solapa al manual del pendejo. No duda en soltar alaridos contra aquellos que hagamos algo que prohíbe cierta norma; pero luego, a la salida, se despide entre risas. Cuando las papas queman siempre da la sensación de que ella irá por lo justo, pero a las finales suele acomodarse donde más le conviene, claro, es madre, y esposa, pero eso no le basta para dejar de ser una empleada bancaria con todas sus letras y con todas sus reglas.
En la caja 3 verán a la que parece la más suave doncellita de cuento andino. Una ñusta moderna encerrada en un traje de bancaria; bajo una chompita roja y detrás de un fotocheck raído. Su voz es tan cándida que la mayoría de clientes suele quedar embelesado, al extremo de esperarla en la cola, sin importar el tiempo que se demore con algún otro enamorado cliente. Pero no se dejen engañar, que yo he visto sus enormes garras, cuando se trata de defender lo que para ella es lo más importante, su puesto, y su reputación. Su puesto es el mismo que el mío, pero más apunto al puesto del famoso ranking de cajeros, lo que le permite estar en un lugar expectante, amén de un esperado ascenso. Y lo que para ella es más importante es su condición de “engreída de la agencia” que nuestro queridísimo gerente se ha encargado con tanto ahínco de darle. Es la que más vende, la que siempre sale bien. Pero por algún motivo los clientes que no cayeron en sus encantos siempre me dicen que una persona así no debería de trabajar en un banco. No coincido, y perdónenme los reclutadores de personal por robarles esta frasecita: “para mí es la persona idónea para el puesto”.
“Mi” agencia es así, pequeña pero revoltosa, uno pensaría que al ser tan pocos habría unión, fiestas quincenales o hasta semanales; confianza y harto humor; bueno, no están tan lejos de la verdad; en realidad estamos más unidos que nunca, unidos para arrancarnos los ojos, para jalarnos los cabellos y orejas, y sobretodo, porque si no estuviera alguien a mi lado, no podría sacarle pica por el seguro que vendí o no podrían sacarme pica por el depósito a plazo captado. Ni habría tanta pugna para ser considerados, ni habría ranking, ni habría jefes, ni gerentes. Ni bancos.
Como ven, en este caso, la fuerza hace la unión.
Frente a la plataforma encontramos a la funcionaria de banca personal; nada más y nada menos que la encargada de captar los engañosos préstamos a los que tanta gente ilusa recurre en sus peores momentos de angustia. La señorita (aún lo es, no se dejen guiar por sus arrugas ni su libreta electoral de tres cuerpos) funcionaria ha sido, literalmente, entrenada para matar. Sabe de memoria todos los textos y “speechs” necesarios para que, número uno, capte la mayor cantidad de clientes, y número dos, una vez captados (o debería de decir capturados) no puedan escapar de sus redes.
En el segundo piso de la agencia encontramos dos ambientes separados por una vanguardista pared de triplay. Hablamos de la oficina de banca empresas, aquella dirigida por el funcionario de negocios; quien se encarga de hacer lo mismo que la funcionaria de banca personal, sólo que, no conforme con engañar a una persona, su plan es engatusar a corporaciones enteras. A pocos metros se encuentra la gerencia. Sí, pomposamente se llama así, “gerencia”, ahí encontramos al señor gerente. No podría decir nada sobre él, por la simple razón de que sus actividades se limitan a la observación más estática, y al hueveo más descarado. Sin hacer nada y ganando el sueldo de todos juntos, el de gerente de oficina es quizás el puesto más envidiado; es decir, a lo que apuntan todos los que trabajan en la red de agencias: en resumen, todos queremos llegar a ser gerentes, para no trabajar y ganar abundante dinero, quizás demasiado patético para mi gusto.
Bajamos nuevamente al primer piso, viramos hacia la derecha, atravesamos la puerta eléctrica y llegamos al área de operaciones. Aquí encontraremos al siempre importante jefe de servicios; aquel que pone el pecho a las balas cada vez que hay balacera, aquel que pone la otra mejilla cuando el gerente, dejando un rato su blackberry, arremete por el incumplimiento de una que otra meta. El jefe de servicios, por lo general, es presionado y presiona. Pero en mi particular agencia, el jefe de servicios tiene tanto tiempo libre que puede preocuparse de asuntos tan increíbles como planificar partidos de fútbol, reenviar forwards, conquistar ilusas damas, y platicar horas de horas por el anexo con algún otro jefe que se encuentra en las mismas condiciones de vago. En “mi” agencia, el jefe, aparte de visar cartas o cheques, se encarga de llevarse los halagos cuando los cajeros cumplen o exceden sus metas; mas no falta una que otra carajeada por ahí, más que todo porque a “este” jefe, le fascina no serlo.
Un par de metros hacia la puerta de entrada están las ventanillas. Somos tres, sólo tres. En la ventanilla 1 encontramos a un regordete y blanquiñoso señor. A veces te atiende bien, otras veces con desgano. Y es que a él los parámetros de calidad no le van tan bien; prefiere siempre improvisar, aunque a algunos clientes eso les parezca más que extraño. Sufre a menudo de dolores de columna y de estómago que lo hacen faltar o llegar tarde al trabajo. En su rostro se mezclan su otrora agitada vida bohemia, las preocupaciones de un padre de familia aún no asimilado del todo, y deudas por doquier. Sin embargo, si miran bien sus ojos, podrán encontrar algo de esperanza y bondad; suele no meterse en asuntos que no son suyos, pero no por eso está aislado de todo lo que ocurre a su alrededor. La cara de huevón lo ayuda bastante para pasar desapercibido, pero también lo etiqueta rápido, y por alguna extraña razón, se ha ganado algunos desamores con sus compañeros. ¿Lo digo?, sí pues, soy yo.
En la ventanilla 2 podrán apreciar a una extraña mezcla entre belleza y gesto adusto. Tiene casi 6 años en el banco y hace rato que debió haber sido ascendida. Sin embargo está cada vez más lejos de eso, por lo que su desazón y aburrimiento son más visibles que sus extensos rayitos rubios. Suele tratar mal a los clientes, pero ninguno, jamás, le podrá discutir alguna normativa, ya que se las conoce todas, cual abogada exitosa al código penal, o mujeriego solapa al manual del pendejo. No duda en soltar alaridos contra aquellos que hagamos algo que prohíbe cierta norma; pero luego, a la salida, se despide entre risas. Cuando las papas queman siempre da la sensación de que ella irá por lo justo, pero a las finales suele acomodarse donde más le conviene, claro, es madre, y esposa, pero eso no le basta para dejar de ser una empleada bancaria con todas sus letras y con todas sus reglas.
En la caja 3 verán a la que parece la más suave doncellita de cuento andino. Una ñusta moderna encerrada en un traje de bancaria; bajo una chompita roja y detrás de un fotocheck raído. Su voz es tan cándida que la mayoría de clientes suele quedar embelesado, al extremo de esperarla en la cola, sin importar el tiempo que se demore con algún otro enamorado cliente. Pero no se dejen engañar, que yo he visto sus enormes garras, cuando se trata de defender lo que para ella es lo más importante, su puesto, y su reputación. Su puesto es el mismo que el mío, pero más apunto al puesto del famoso ranking de cajeros, lo que le permite estar en un lugar expectante, amén de un esperado ascenso. Y lo que para ella es más importante es su condición de “engreída de la agencia” que nuestro queridísimo gerente se ha encargado con tanto ahínco de darle. Es la que más vende, la que siempre sale bien. Pero por algún motivo los clientes que no cayeron en sus encantos siempre me dicen que una persona así no debería de trabajar en un banco. No coincido, y perdónenme los reclutadores de personal por robarles esta frasecita: “para mí es la persona idónea para el puesto”.
“Mi” agencia es así, pequeña pero revoltosa, uno pensaría que al ser tan pocos habría unión, fiestas quincenales o hasta semanales; confianza y harto humor; bueno, no están tan lejos de la verdad; en realidad estamos más unidos que nunca, unidos para arrancarnos los ojos, para jalarnos los cabellos y orejas, y sobretodo, porque si no estuviera alguien a mi lado, no podría sacarle pica por el seguro que vendí o no podrían sacarme pica por el depósito a plazo captado. Ni habría tanta pugna para ser considerados, ni habría ranking, ni habría jefes, ni gerentes. Ni bancos.
Como ven, en este caso, la fuerza hace la unión.
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